Un nacimiento en directo, miles de espectadores
La streamer Fandy retransmitió en directo el nacimiento de su hijo por Twitch, acumulando más de 50.000 espectadores a lo largo de ocho horas de emisión.
La transmisión mostraba el parto en casa, dentro de una piscina inflable, con familiares, amigos y personal médico presentes. En el chat, el propio CEO de la plataforma, Dan Clancy, comentaba y felicitaba en tiempo real.
Lo que para algunos fue un acto de transparencia y empoderamiento maternal, para otros fue una muestra de los límites difusos entre lo íntimo y lo público en la era digital.
La transmisión de un parto completo, sin censura, plantea interrogantes éticos y legales.
Aunque la madre dio su consentimiento, el bebé no tuvo esa posibilidad. Su primera imagen, su primer llanto y sus primeros segundos de vida quedaron registrados ante miles de espectadores.
Esa exposición temprana inaugura su huella digital sin que haya tenido voz ni elección.
El fenómeno no es aislado. En los últimos años, el llamado “sharenting” —la práctica de padres que comparten contenido de sus hijos en redes— se ha vuelto cotidiano. Pero este caso lleva la práctica a un extremo: convertir el nacimiento en espectáculo.
La primera huella digital antes del primer paso
La crianza digital plantea un nuevo tipo de responsabilidad.
Un bebé que aparece públicamente en sus primeras horas de vida no solo queda expuesto visualmente, sino que forma parte de un archivo digital permanente.
Las plataformas no garantizan el control sobre la reproducción o almacenamiento de esos videos, y los menores carecen de herramientas para gestionar su identidad digital futura.
Expertos en derechos de la infancia recuerdan que el consentimiento parental no sustituye el derecho a la privacidad del menor. La exposición masiva de la infancia —aun bajo intenciones positivas— puede tener consecuencias psicológicas, sociales y legales a largo plazo.
Entre la conexión y la exposición
Transmitir un parto puede entenderse como un acto de conexión o de celebración compartida.
Sin embargo, en una cultura que premia la visibilidad y convierte cada experiencia en contenido, los límites se vuelven borrosos.
Cuando la vida privada se convierte en material público, lo que está en juego no es solo la intimidad de la madre, sino la del hijo que hereda esa exposición.
Este caso revela cómo las dinámicas del streaming y la economía de la atención reconfiguran incluso los momentos más humanos.
La maternidad se vuelve transmisible, pero también medible, comentable y consumible.
El dato
La crianza digital no solo implica enseñar a los hijos a usar pantallas: también exige que los adultos aprendamos a proteger lo que no debe volverse contenido.
Cuidar la intimidad infantil —incluso antes del nacimiento— es parte esencial del amor digital.