Niños de apenas cinco años ya están conectados.
Según datos de Ofcom, casi uno de cada cuatro tiene su propio teléfono inteligente y tres de cada cuatro usan una tableta.
El 32 % de los padres reconoce que su hijo usa redes sociales sin supervisión.
Ni siquiera saben amarrarse los zapatos,
pero ya envían mensajes, ven transmisiones en vivo
y se unen a chats grupales donde no hay adultos presentes.
Datos que duelen
En solo un año, el uso de redes sociales entre los 5 y 7 años
subió del 30 % al 38 %.
Las más populares: WhatsApp (37 %), TikTok (30 %), Instagram (22 %) y Discord (4 %).
Y los videojuegos tampoco son un refugio:
41 % de los niños juega en línea,
y 15 % de ellos participa en juegos de disparos.
La línea entre jugar y estar expuestos se desdibuja cada vez más.
Lo inevitable
Las niñas reportan más interacciones dañinas que los niños.
Pero el verdadero problema es otro:
los niños ya describen el contenido violento o desagradable como inevitable.
“Hay presión para fingir que te da risa, aunque por dentro estés incómodo”,
dijo una niña de 11 años.
“Hay chicos que comparten consejos para autolesionarse, cómo hacerlo sin que tus padres se enteren”,
contó un adolescente de 15.
No es una excepción.
Es el nuevo paisaje digital de la infancia.
Silencio y desconfianza
Solo uno de cada cinco padres sabe cuando su hijo vio algo que lo asustó en Internet.
Los niños no confían en los sistemas de denuncia:
temen que el algoritmo les muestre más de lo mismo
o que su reporte los convierta en blanco de burlas o acoso.
Así que aprenden a callar… y a seguir deslizando.
Muchos ya muestran insensibilidad ante la violencia.
Profesionales describen ansiedad, aislamiento
y una desconexión progresiva del mundo real.
Les entregamos una red pensada para el lucro, no para su protección.
Dejamos que el “engagement” le gane a la ética
y que el “contenido” reemplace al cuidado.
Mientras tanto, niños de diez años hablan como sobrevivientes.
No es un tema familiar. Es salud pública.
El problema no es que los niños estén conectados.
El problema es que los dejamos allí, solos.
Necesitamos reglas que limiten los algoritmos
que premian el escándalo y la vergüenza.
Necesitamos límites de edad reales y sistemas de protección efectivos.
Porque los derechos de los niños no se desconectan con el Wi-Fi.
Internet ya es su mundo.
Y es nuestro deber que no se convierta en su campo de batalla.
🟠 El dato:
La infancia no necesita más filtros.
Necesita adultos presentes, también en línea.
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